viernes, 15 de octubre de 2010

LOUNGE



Ir a la peluquería es para mí un placer mensual. Fabiola -la chica que me corta- es maravillosa. Encantadora. Llego y hago tiempo leyendo revistas. Es una peluquería unisex. La música me encanta. Música lounge, según me han dicho. Allí, una chica me fricciona el cuero cabelludo, mientras me riega con agua caliente. El masaje en las sienes (aparentemente sin relación con el asunto capilar, pero magnífico) me prepara para el sillón, donde al quitarme las gafas, ya todo serán sensaciones táctiles, no visuales. Mi cabello. Las manos de Fabiola (otras veces las manos de otra muchacha, siempre gratas, siempre acariciantes) trabajan mi cabelllera. Es un tiempo para mí, un tiempo placentero, conversando con mis amigas, las peluqueras. Un tiempo vivido, esperado. Y ese tiempo discurre amparado por esa música. Esa misma música que me da placer en los centros comerciales, sirviendo de marco a ese ir y venir de mujeres espléndidas, esplendorosas, probándoses las prendas, mientras yo intento camuflarme entre los percheros, admirando a las dependientas, tan bien elegidas, tan bellas mujeres. Siempre habrá mujeres. Ese es mi consuelo. Siempre habrá un mundo maravillosos en las tiendas, escuchando música lounge, viendo a las mujeres con esa expresión segura, mientras se prueban esto y lo otro. Esas mujeres felices, con todo el tiempo para ellas, de dos en dos, eligiendo, probándose. Esas mujeres gustándose delante de los espejos. Esas mujeres maravillosas, disfrutando de la ropa, disfrutando de la tarde, al son de esta música.

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